Las alarmas sonaron en el Reino Unido cuando la editorial Puffin decidió re editar las obras para niños de Roald Dahl en una versión políticamente correcta.
¿Qué significa actualmente «políticamente correcto»? Eliminar o sustituir palabras como «gordo» o «feo», la directora del colegio no podrá tener «cara de caballo» y los padres ya no serán llamados así sino «progenitores».
Esta re escritura de la obras de este autor tan cáustico, transgresor y controvertido con novelas tan conocidas como «Charlie y la fábrica de chocolate» o «Matilda» han llevado inclusive a quitar párrafos enteros, que según la editorial hacían referencia a la raza, el género o la salud mental. De este modo, en «Charlie y la fábrica de chocolate» Augustus Gloop pasará de ser «gordo» a ser «enorme» y los Oompa Loompas en lugar de ser «hombres pequeños» serán «personas pequeñas».
¿Corrección política, política o simplemente censura?
A pesar de su estilo irreverente y a veces chocante, las obras de Roald Dahl transmiten en general valores positivos como la amistad, la generosidad, la humildad o la imaginación y la fantasía.
¿Es legítimo entonces modificar sin permiso del autor las obras que fueron publicadas anteriormente porque han cambiado ciertos parámetros sociales o políticos?
Afortunadamente, en este caso, las editoriales españolas que publican al escritor británico decidieron mantenerse fieles al texto original y finalmente, a causa de las críticas recibidas, la editorial inglesa mantendrá las dos ediciones, la original y la «blanqueada».
Suma y sigue
No es el único caso. Pocos días después la editorial que edita las novelas de James Bond anunció que publicará las novelas con un lenguaje socialmente aceptable. Luego de hacer revisar los textos por una comisión de lectores sensibles, en las nuevas versiones en lugar de «negro» se dirá «persona negra» o «unos tipos bastante respetuosos con la ley, excepto cuando han bebido demasiado» se cambiará por «unos tipos bastante respetuosos con la ley».
Eso sí, se quitan las expresiones que puedan ser interpretadas racistas, pero no hay ningún «retoque» para suavizar la violencia o el lenguaje sexista y misógino u homofóbico de algunas escenas. Aparentemente a la comisión de lectores sensibles la sensibilidad no le daba para tanto.
La rosa no dejaría de ser rosa y esparcir su aroma, aunque se llamara de otro modo
Pero no solamente sucede con estos autores. Hay colegios de USA en donde se re escribe a Shakespeare para que grupos LGTBI+ no puedan sentirse menospreciados. ¿Qué cambia eso, aparte del hecho de desvirtuar una obra?
«What’s in a name? That which we call a rose
By any other name would smell as sweet.»
Ya puestos, una heroína de Eurípides, Medea, es culpable de violencia vicaria y a Madame Bovary le quitarían la patria potestad. La «Dama de las camelias» es socialmente irresponsable porque sabiendo que tiene tuberculosis tiene relaciones con un montón de amantes sin advertirles de un posible contagio. Nos hemos vuelto una generación ofendida.
No nombrar algo y pretender que no existe, como las piernas de las mujeres que en la Inglaterra victoriana que aparentemente no tenían nada debajo de las faldas, o Freud, que la dictadura uruguaya borró de los programas educativos al punto de que supuestamente ni siquiera había nacido, para proteger las mentes juveniles de ideas que tuvieran que ver con el sexo, es intentar manipular la mente de las personas.
Esta inquisición literaria no elimina la violencia, ni el racismo ni los problemas de género ni los prejuicios. El arte no tiene el deber de ser pedagógico ni moralizante sino de hacernos pensar por nosotros mismos. Cada obra de arte está insertada en un contexto histórico y social que es necesario comprender para poder apreciarla en su totalidad. Un lector informado es un lector crítico que no tiene necesidad de que le ofrezcan libros maquillados para que no resulten ofensivos según las ideas al uso del momento.
La necesidad de referentes nuevos
No hace mucho, en un canal de televisión local se entrevistaba a un lingüista y a una persona transgénero. En un cierto momento, a esta persona se le preguntó si habría que re escribir la leyenda de Sant Jordi, por ejemplo , invirtiendo los papeles. A lo cual esta señora sabiamente respondió que no veía ninguna necesidad de cambiar cosas que ya estaban muy bien hechas y eran muy conocidas y que lo que se precisaba realmente era escribir obras completamente nuevas que pudieran crear nuevos referentes.
Pero tal vez es más sencillo utilizar el lápiz rojo para tachar o corregir que tomar la pluma y enfrentarse a una página en blanco.